Como si la Historia no fuera más que una invención del presente… dedicacion a Marysé Conde
(Texto leído en la Semana del autor en Casa de las Américas dedicada a Marysé Conde.)
Por: Alberto Abreu Arcia
Deseo comenzar mi intervención en esta mesa retomando un término en el cual he insistido en otras ocasiones. Me refiero al de re-escritura de la historia como un ademan escritural que va más allá del simple acto de apoderarse de los relatos del pasado. La re-escritura de la historia, tal como he venido sosteniendo, es una estrategia discursiva y enunciativa, que comprende un grupo operaciones de descalces e interpelación de las estructuras explicativas, la escritura y la filosofía de la historia occidental, y que son realizadas desde un posicionamiento otro: marginal, periférico, postoccidental.[1] Cuya finalidad más inmediata es poner en evidencia las fisuras y constricciones de la razón colonial.
En el caso del imaginario artístico y literario de la diáspora africana y en particular dentro del discurso literario de Maryse Condé este acto de re-escritura de la historia tiene entre sus peculiaridades, la de operar como un contradiscurso de la modernidad occidental. Por lo que en la primera parte de este ensayo me interesa delinear al menos tres de los principales desafíos e inversiones que, en el plano de las relaciones saber-poder, están colocando el sujeto y discurso literario de la identidad racial negra. Lo que estas producciones simbólicas alteran, descolocan, niegan o desplazan señalando los límites del saber académico y de la modernidad occidental. Estas últimas dos instancias claves implicadas en la construcción social de su subalternidad.
El primero de estos descentramientos del racismo epistémico que caracteriza las formas de saber occidentales viene dado por una inversión en la relación sujeto-objeto establecida por el discurso científico, en particular historiográfico, de la modernidad occidental en el ámbito de las relaciones centro-periferia, hegemonía-dominio. Si tradicionalmente ha existido un sujeto teórico: Occidente, que estudiaba un objeto: la colonia, el otro. Ahora no sólo es el otro de la negritud quien tiene voz, se mira a sí mismo; dando rienda suelta a su memoria personal y colectiva, sus experiencias, placeres, tradiciones, tragedias; sino que lo hace desde una racionalidad transversal, proponiéndonos esa otra cosmovisión del mundo que los saberes instituidos estigmatizaron por bárbara, iletrada. Revelando ese entramado de creencias, expectativas, saberes, paisajes que marchan rizomáticos, entrecruzados. Esta razón transversal no sólo configura el tejido textual y el carácter heterodiegético de estas narraciones literarias, contrapuesto por completo al concepto linealista del tiempo y la lógica de progreso de la modernidad europea, sino que en el plano semiótico hace posible diversas formas de intercambio, comunicación, corrección, reconocimiento de sus historias.
[1] A todo lo largo de este ensayo en lugar del término postcolonial emplearé el de postoccidental sugerido por Roberto Fernàndez Retamar en su ensayo “Nuestra América y Occidente”. Por cuanto el posoccidentalismo ha sido el lugar de enunciación que construyó América Latina a lo largo de su historia intelectual. Las razones que tengo para esta sustitución también son compartida por otros pensadores como Walter Mignolo, para quien lo postoccidental es la palabra clave para articular el discurso de descolonización intelectual desde los legados del pensamiento en Latinoamérica. No se trata de un mero dato o verdad histórica, sino de categorías geoculturales y sus relaciones con el conocimiento y el poder. (Mignolo: “Post-occidentalismo: el argumento desde América Latina” en Santiago Castro-Gómez y Eduardo Mendieta, eds., Teorías sin disciplina (latinoamericanismo, poscolonialidad y globalización en debate), Miguel Ángel Porrúa, México, D.F., 1998, pp. 27-34 disponible en http://ensayo.rom.uga.edu.)
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