¡Hasta siempre querida Lalita!
Por: Rubén Darío Salazar
El pasado jueves 4 de julio, del presente año, falleció en La Habana Inés María Martiatu Terry (Lalita) nacida en la capital cubana, en 1942. Prestigiosa y acuciosa investigadora de la cultura afrocubana y sus relaciones con la feminidad, el teatro, la literatura y la sociedad. La noticia flotaba en el aire, cercana, pues sabíamos hace años de su muy delicado estado de salud. Una fragilidad que le quebraba el alma al debatirse entre todo lo quería y soñaba todavía hacer y sus menguadas fuerzas para vencer al implacable destino. Aún así, hija de Ochún, con esa sonrisa imperecedera que no se me borrará nunca de la mente, no se dejó caer mientras pudo y nos siguió regalando ensayos, cuentos, análisis críticos y hermosos prólogos para antologías teatrales.
Viajó a otros países para dictar conferencias y charlar hablar era para ella una fruición- sobre temas de raza, escena, mitos y ritualidad. Ya no estará más para consultarla teóricamente por teléfono o pedirle un consejo de vida, saber el último cuento del mundillo cultural o simplemente oírla reír y conversar con su voz de mulata cubana, mezcla de fruta y tumbadora. Por suerte, ahí quedan sus publicaciones, el tesoro incalculable que nos deja en libros tan esenciales como El rito como representación, Una pasión compartida: María Antonia o Bufo y nación. Interpelaciones desde el presente, por solo citar algunos ejemplares, todos contentivos de ensayos enjundiosos, llenos de datos y detalles puntuales, opiniones polémicas, ideas luminosas y ese fuego de su mirada traspasado al verbo.
Pienso en el dolor de sus familiares y amigos, de Eugenio Hernández, Gerardo Fulleda, René Fernández, dramaturgos que la inspiraron en su escritura reflexiva y aún siguen produciendo textos que Lalita no leerá. Pienso en Tomás González, un autor que ella nos ayudó a re-conocer. Los estudios teatrológicos cubanos pierden a una defensora y estudiosa del arte escénico ligado a las culturas africanas. Con ella aprendí a amar la leyenda de Okín, pájaro que no vive en jaula, escrita en forma de espectáculo unipersonal para mí por René Fernández. Me ayudó a sentirme orgulloso de mi estirpe mezclada, a saber de los títeres negros y mestizos de mi país.
Sus trabajos eran muy valorados por las mejores revistas artístico-literarias nacionales e internacionales. Sabía de historia, música y etnología, pues de todo eso estudió y lo aprovechó luego en artículos que hacían pensar y retomar asuntos sobre los cuales uno ya creía saberlo casi todo. Fue premiada en distinguidos certámenes de Cuba y el extranjero. Ojo de águila y mano de cierva, está hija de la Virgen de la Caridad del Cobre nos ilumina desde el cielo empedrado de un julio caluroso y triste que la despide, para colocarla en un altar eterno, con 5 girasoles, miel, calabazas, una corona dorada, un abanico con plumas de pavorreal y una jícara llena de besos, abrazos y amor inmenso ¡Hasta siempre querida Lalita!