Ser queer en Cuba o el frívolo flirteo con la desmemoria.
Por Alberto Abreu Arcia
Los debates sobre las sexualidades no normativas en Cuba (sus principales demandas, propuestas y universos problemáticos), se están enunciando desde un territorio alternativo, en las afueras del discurso académico-institucional, fundamentalmente en blog y otros espacios vinculados con el activismo. Esta condición marginal de los mismos, unido a la falta de herramientas analíticas propias que históricamente han padecido los estudios sobre las sexualidades disidentes en Cuba, cuya discusión en el campo intelectual cubano postrevolucionario es bastante reciente nos ayuda a entender por qué, en los últimos años, ante la ausencia de referentes locales un segmento bastante influyente dentro de ese activismo ha empezado celebrar de modo festinado y acrítico un grupo de paradigmas y categorías provenientes de comunidades enunciativas fundamentalmente euronorteamericanas.
No voy hacer referencia al debate que la teoría queer ha suscitado dentro de la comunidad enunciativa latinoamericana, aunque mis comentarios de una manera u otra participen de dicha discusión. Tampoco intentaré aquí una disquisición teórica sobre los conceptos de postmodernidad, poscolonialidad, los cuales a finales de los noventa fueron objetos de una amplia discusión y desmontaje por las nuevas cartografías del saber provenientes de los estudios culturales latinoamericanos, ni mucho menos describiré la accidentada trayectoria, llena de episodios lamentables como la diáspora, que describe el encuentro de la generación de intelectuales, escritores y artistas de las décadas de los ochenta y noventa con las teóricos del postestructuralismo. Sobre estos tópicos ya he reflexionado detenidamente en otros escritos.[1]
Por otra parte, si bien es cierto que desde los años finales década del noventa el movimiento LGBTI cubano ha alcanzado varios logros y una exigua visibilidad en los medios de comunicación. Creo que el más importante de todos ha sido el de pasar de los emplazamientos realizados desde el espacio de lo imaginario (la narrativa, la poesía, la pintura, el cine, la crítica y el ensayismo literario) al territorio del activismo llegando articular un movimiento heterogéneo con diferentes grupos, agendas y propuestas.
Un salto en el vacío.
Lo interesante de esta apropiación acrítica de los modelos de la teoría queer anglófona que intenta realizar un segmento bastante influyente del activismo cubano que arriba a la escena social cubana a principio del nuevo milenio es que la misma, directa o indirectamente, trae a colación un grupo de tramas sepultadas en los sótanos de la memoria del movimiento homosexual cubano. Es en este punto, donde un acto ingenuo de apropiación se torna dramático, opera como una cortina de humo, un acto de desmemoria, de un borrón y cuenta nueva, no sólo frente a ciertos traumas de la memoria colectiva del movimiento LGBTI, sino también de la nación cubana. Un salto en el vacío.
Por eso me interesa situar en esta discusión el tipo de diálogo e interpelaciones que podrían sostener con las promesas de los sofisticados paradigmas teóricos de lo queer escritores, pintores e intelectuales gay y lesbianas que décadas atrás y en condiciones de opresión homofóbica no renunciaron a la voluntad de imaginar el proyecto homo/lésbica/bi/trans/a/ sexual cubano y que lejos de toda postura elitista vivieron y reflexionaron sobre un modo de ser homosexual que se articula con escenarios y sujetos populares, y desde esta experiencia se lee y re-inventa la nación. En tiempos tan duros, donde lo personal no era político, sino viceversa, lo político y su ojo censor, su ingeniería disciplinante de los cuerpos, lo dictaba todo, hasta el arquetipo de un sujeto nacional blanco, viril y heterosexual codificado en la fantasía política del hombre nuevo del socialismo.
Cómo pasar por alto el mariconaje guerrero, transgresivo a las normas de una masculinidad heterosexual y blanca de Virgilio Piñera, Reinaldo Arenas, Raúl Martínez, Servando Cabrera sus emplazamientos al nacionalismo heteronormativo, sus desmontajes críticos a la izquierda política y sus narrativas universalistas. Todos ellos contribuyeron a la construcción de imaginario y de un modo muy cubano de mirar el cuerpo deseante y deseado del sujeto homosexual. Incluso el mismo Severo Sarduy cuyas deconstrucciones postestructuralistas de todo binarismo y sus teorizaciones sobre la simulación y el travestimos están cargadas de referentes insulares y de un criollísimo barroco. O la misma historia “negra” de los gay y lesbianas nucleados en torno a Ediciones El Puente que testifica la imposibilidad de una articulación entre las políticas de los colectivos homosexuales y raciales con la izquierda política cubana de los años sesenta. Todos ellos, de una manera u otro, tienen mucho que enseñarnos sobre lo que ha sido y continúa siendo uno de los talones de Aquiles en las tensiones entre sexualidad y revolución/ entre activistas del goce y el cuerpo revolucionario.
Porque queer o no. Muchas de las “libertades” que hoy tenemos son resultados de innumerables actos de resistencia y contestación protagonizados durante décadas, en un escenario hostil, por héroes individuales muchos de ellos anónimos.
En una entrevista que le hiciera Juan Carrillo en el 2004 a Beatriz Preciado quien ha seguido muy al movimiento queer desde su nacimiento y cuyo libro Manifiesto Contrasexual se ha convertido en una lectura ineludible para la teorización en este campo, al ser interrogada sobre las posibilidades de globalización de la teoría queer, Preciado alaba la deslocalización política temporal de sus marcos analíticos, tan alejados de la ortodoxia norteamericana. Dice sentirse molesta ante lo que denomina “esta retórica del trasplante o de la absorción”, en países como Francia o España, como si lo queer representara una contaminación o inmigración clandestina, y subraya la condición frágil, propia de los márgenes, que ocupan la teoría y las prácticas queer en Estados Unidos. Entonces, de forma inesperada, su reflexión transita de Europa a Latinoamérica. Evoca la reciente visita que hizo a una universidad Chile donde conoció a Pablo Lemebel y a Juan Pablo Sutherland, y confiesa que estos autores en Estados Unidos terminarían siendo objeto de una “folklorización exotizante” y que raramente “alcanzaran el centro de un debate sobre la construcción del género o de la sexualidad queer”. Ese es nuestro lugar: como objetos folclóricos y exóticos del deseo, nunca como sujetos de conocimiento. Es en este punto, cuando el ademán de reciclaje y apropiación, en el caso de lo queer, corre el riesgo de convertirse en un acto que en el plano de las relaciones saber-poder, norte-sur construye la subalternidad o modos más sofisticados de colonización.
Conducta impropia.
Por eso considero, que el tópico de la memoria resulta esencial dentro de este debate sobre lo queer en Cuba. En Conducta Impropia, la película de Néstor Almendros y Orlando Jiménez Leal hay un momento que describe los posibles deslizamientos por lo que atraviesa la lectura y representación del cuerpo homosexual en este viaje norte-sur, centro-periferia, pero desde un itinerario inverso. El viaje al cual me refiero no tiene que ver con el flujo ni las migraciones lingüísticas o epistémicas, por el contrario, se trata de la llegada a Estados Unidos de los homosexuales cubanos que salieron por el Mariel. Ante el lente de la cámara relatan sus dramáticas experiencias como homosexuales dentro de la isla Ana María Simo, José Mario, Reinaldo Arenas, Reinaldo Garcia Ramos, Martha Frayde y Juan Abreu, entre otros. También aparecen otros testimoniantes que no provienen del mundo letrado como Juan Lazo y Caracol una travesti del Oriente de la Isla. Estos dos últimos, sintomáticamente, son negros. Es uno de los escasos gestos donde se visibiliza al homosexual negro cubano y se inscribe su cuerpo en el imaginario nacional-popular. Tanto Luis como Caracol hablan desde un espacio iletrado, que es el mundo de la prisión, de la calle propio de su origen social marginal y humilde. Y al hacerlo sus testimonios socavan al discurso sobre la igualdad racial cubano de aquellos años previos al éxodo del Mariel.
Pero el momento específico de la cinta que me parece iluminador en este debate sobre las asimetrías y disonancias que suscita la teoría queer anglófona en el contexto cubano. Es aquel donde Mireya Robles reflexiona sobre el prisma de perplejidad y rareza desde el cual la comunidad homosexual norteamericana de aquellos años percibe la representación straight de su identidad homosexual que hacen muchos de los recién llegado a Estados Unidos a través del Mariel, “excesivamente histriónicas” y demasiado anclado en los binarismos, comportamiento que Robles achaca a la baja autoestima, la autocensura, el machismo cubano, y la represión política sufrida durante aquellos años. Lo interesante de estas reflexiones de Robles, es que se coloca en el punto de choque o intersección entre dos comunidades homosexuales con dos historias muy diferentes, no sólo política, sino también cultural, social, económica: la cubana y la norteamericana (ésta última principal centro emisor de la teoría queer). Las fotos que el documental exhibe de fondo son todavía más sugerentes. Más que apoyar las palabras de Robles, parecen entablar con ellas un diálogo todavía más sutil. Muestra a varios homosexuales exhibiendo su vestuario kistch, de colores demasiados estridentes que desencaja con el gusto norteamericano. La cursilería y desmesura en la expresividad del afecto, el orgullo con exhiben el spendrum viene a enfatizar su condición de sujetos negros y mulatos, ahora relativizados bajo el rótulo de latinos. Quizás esta especie de desbordamiento de la identidad sexual por sus márgenes tan caros a Lemebel, sea que Beatriz Preciado llama “folklorización exotizante”.
Percibo también en la mirada un tanto desafiante y los gestos ufanos con que estos sujetos posan ante la cámara fotográfica las marcas de cierto desafío propio de cuerpos obligados a vivir en la resistencia, la transgresión, la sordidez callejera y que el poder no pudo disciplinar. Es lo que Robles, quien llegó a ese país en el 1957, no llega a comprender. Me refiero a lo que el histrionismo y la alharaca de las locas en el contexto periférico, que le niega sus derechos, y que recién acaban de dejar atrás tiene de resistencia y autoreafirmación de su identidad, sobre todo cuando se es negro y maricón y tu vida transcurre en una territorialidad movediza, tránsfuga, rodeado de guapos, expresidiarios, camorristas donde los códigos barriales de solidaridad, negociación y pertenencia son otros.
Carnaval, mi papi, que me descompongo.
En uno de los momentos de la entrevistas antes citada, Beatriz Preciado, con esa ubicuidad y voracidad teórica de lo queer que todo lo absorbe y homogeneiza bajo su sombrilla, propone que la teoría queer ahora emprenda su viaje a la periferia y desde allí retorne enriquecida a su centro emisor. Lo que pudiera parecer muy bien, si no encubriera este desmesurado apetito de lo queer por universalizarse, y que termina siendo tan imperial como el imperialismo blanco y burgués contra el cual dice erigirse.
Qué razones llevan al emergente movimiento LGBTI cubanos a la búsqueda de referentes foráneos para construir su identidad: ¿la simpatía?, ¿el snobismo?, ¿el desconocimiento?, ¿la ausencia de un pensamiento más crítico de las herramientas conceptuales que utilizamos o de un pensamiento como tal? Creo que todo esto. Al tiempo que estas posturas dibujan en el mapa de las luchas por los derechos de gay, trans, y lesbianas más de un contrasentido. Por ejemplo, se abraza la teoría queer con su deconstrucción de los binarismos contenidos en la oposición lésbico-gay y su división fundada en el género y al mismo tiempo se aboga por el matrimonio igualitario. Y con todas estas y otras tantísimas carencias nos llamamos queer, es el sumo del carnaval y el choteo insular. Por eso, en lo que a mí respecta que se saquen de esa conga, pues detrás de esos tambores no quiero arrollar.