Archive for abril 2016

Afromodernidades

El VII Congreso del PCC y el racismo antinegro.

Alberto Abreu Arcia

Lograr que el VII Congreso del PCC se pronunciara contra el racismo antinegro en Cuba o lo incluyera como parte de su agenda de debates resultaba, en los meses previos al cónclave, un motivo de desvelo para varios líderes y activistas afrocubanos. ¿Qué se esperaba obtener con dicho pronunciamiento? De ocurrir, ¿cuál sería el próximo paso?, ¿cuánto ayudaría esta acción política a cambiar la correlación de fuerzas vigente en el escenario de la lucha contra el racismo y la discriminación racial en Cuba?, ¿se convertiría el esperado pronunciamiento en un arma a esgrimir contra aquellos cuadros políticos, funcionarios y personas que todavía niegan la existencia del racismo en la sociedad cubana?, ¿abriría esta operación las puertas del tan esperado debate público sobre el tema?, ¿permitiría desplegar nuevas estrategias y acciones afirmativas destinadas a lograr el empoderamiento (término que después de la visita de Obama el discurso político oficial amenaza con desterrar de la historia del pensamiento social) de este grupo social secularmente tan desvaforecido?

En lo que a mí respecta, tengo que confesar mis recelos ante estas formas tan verticales de concebir las relaciones de poder, subalternización y otras dinámicas de estigmatización social. Conozco las trampas que subyacen tras ella, lo que encubren y las dominaciones otras que terminan (re)produciendo. Es como viajar de un extremo a otro de la doxa, sin encontrar un punto de fuga.

Pero volviendo, a estos desvelos de los hermanos y hermanas que aspiraban al reconocimiento del racismo antinegro y su inclusión en la agenda del VII Congreso del Partido, se podría decir que uno de los puntos más sugestivos de su Informe Central es la aceptación que hace dicho documento de la supervivencia del racismo contra negros y mestizos en Cuba. Examinemos la manera en que dicha problemática es enunciada dentro de un extensísimo informe que tenía, entre sus innumerables finalidades, pasar balance a la política interna del Partido, los agobiantes problemas sociales, económicos y políticos de la sociedad contemporánea cubana (y en este punto no caben eufemismo), así como el complejo escenario internacional.

“Al propio tiempo -dice el informe- se ha incrementado progresiva y sostenidamen­te la promoción de mujeres, jóvenes, negros y mestizos a cargos de dirección, sobre la base del mérito en su tránsito gradual por diferentes responsabilidades y las condiciones personales”. Aunque la descripción de la problemática racial que hace el documento está vinculada a ciertas estrategias destinadas a superar un grupo de insuficiencias relacionadas con la política de cuadros, el género, el tránsito generacional y las deficiencias internas de la organización. Es de suponer que dicho enunciado codifique un problema que afecta no solo a la vida partidista, sino a la sociedad cubana en su conjunto.

A manera de un juego de espejos, se me ocurre que esta estrategia que busca la visibilidad y reconocimiento de las mujeres afrodescendientes, descrita por el Informe, pudiera sugerir cierta tensión hacia el interior de la comunidad afrocubana -históricamente tan patriarcal y heteronormativa. Nos lleva a interrogarnos sobre ciertas dinámicas de inclusión y exclusión, (in)visibilidad y representabilidad tanto al interior como al exterior de los distintos grupos, asociaciones enfrascadas en la lucha contra el racismo en Cuba. La necesidad de deconstruir definiciones y categorías, denunciar creencias y prejuicios los cuales no dejan de generar cierta incomodidad o controversia. Para nadie es un secreto el liderazgo de las afrocubanas dentro de este movimiento (Georgina Herrera, Negracubanateniaqueser, Deysi Rubiera, Gisela Arandia, Norma Guillard, Maritza López, Hildelisa Leal, Denyni Terry, Magia López, Yasmín Portales y otras tantas). Su labor se expande sobre prácticas y áreas tan diversas como la de producción del saber, el debate en la blosfera, la capacitación en defensa de los derechos y libertades de grupos vulnerables por motivos de racialidad o preferencia sexual, la producción simbólica, el trabajo en las comunidades social y económicamente más desfavorecidas y la gestación de espacios de participación ciudadana y equidad racial seguimos. Gracias a ellas el movimiento antirracista cubano y el activismo contra la discriminación racial ha ido transitando de la machangada a los territorios siempre transgresores y liberadores de las mujerangas y las teorías del afrofeminismo. A través de ellas, también, el cuerpo homosexual de negrxs va gestando su propia mirada: sus reflexiones des (atadas) e intranquilizantes. Pero este último fenómeno, está clamando por la aparición de varios libros y antologías, que más allá de nuestros perjuicios otros, corrobore las iluminadoras dosis de contrainsurgencia ydesmontaje emancipador de las percepciones patriarcales y heteronormativas que atraviesan, amén de sus contribuciones, las textualidades de los grandes pensadores de la Diáspora Africana, o muchos de los recientes intentos de construcción de una historia del movimiento negro y su lugar en la historia de la nación cubana, los cuales terminan reproduciendo los mismos paradigmas y la epistemología monolítica y totalizante, la confianza en ese sujeto universal y homogéneo que propugna la filosofía de la historia eurocentrista de la que pretenden liberarse, con sus dominaciones, exclusiones y silencios en torno a la mujer, las lesbianas, los gays. Como dicen el sugerente verso del poeta homosexual afronorteamericano Essex Hemphill “pero no tiene sentido que los esclavos tengan esclavos”.

Retornemos a estos dos párrafos del Informe relacionados con la problemática racial. El documento reconoce: “No obstante, tampoco nos sentimos complacidos con los resultados alcanzados porque persisten viejos hábitos y prejuicios que cons­piran contra la política de cuadros del Partido”. Y a continuación enfatiza:Deberá proseguirse sin tregua el combate contra cualquier vestigio de racismo que obstaculice o frene el ascenso a car­gos de dirección de los negros y mestizos, cuyo peso especí­fico en el total de la población cubana ha seguido elevándose de censo en censo”.

Sobre este último tema, el del censo, recordemos que su metodología y resultados estadísticos han provocado controversias y miradas de desconfianza no solo entre algunos académicos y activistas contra el racismo, sino también dentro del movimiento LGBI cubano. (A propósito de ello, al referirse a la lesbofobia, la activista afrocubana Norma Guillard lamenta: “En Cuba aun no contamos con la posibilidad de saber de los más de 11 167325 millones que tenemos en la población cuántas personas son lesbianas y cuántas bisexuales y mucho menos tener una idea de cuántas se asumen como lesbianas”).

Como se puede apreciar, en relación con la presencia del componente racial negro dentro de la población cubana actual, el Informe si bien no señala su preponderancia, lo ubica como un elemento de movilidad y en ascenso. Esta observación presupone para el activismo antirracista y la sociedad civil cubana readecuar sus estrategias de acuerdo al nuevo escenario político, económico e internacional que vivimos. Al llegar aquí, no sé porque motivos, y más allá de las diferencias de contextos y el tiempo transcurrido, me vienen a la memoria las palabras de Bayard Russting, -líder afroamericano abiertamente gay, defensor de los derechos para gays y lesbianas y asesor de Martin Luther King sobre las técnicas de la resistencia no violenta- pronunciadas en su discurso “La Revolución negra en 1965”, en el Centro para las Instituciones Democráticas de Santa Bárbara, California, allá por el lejano Otoño 1964, cuando afirmó: “Es decir, queremos nuestra rebanada de ese pastel. Nosotros no queremos cambiarlo de vainilla al chocolate. Queremos de la torta, nuestra parte de ella, y la queremos ahora. Ese es el objetivo consciente del movimiento negro”.

Desconozco los debates que estos párrafos suscitaron entre los delegados del congreso. Sin embargo, cabría preguntarse sobre las presuntas implicaciones e impactos en la escena de la lucha contra el racismo antinegro y la constelación de voces, actores sociales, agendas y propuestas que hoy en día confluyen hacia el interior de este escenario batallas; así como las estrategias que estas organizaciones y líderes antirracistas seguirán para que sus demandas aparezcan reflejadas en la Conceptualización y las bases del Plan Nacional de Desarrollo que según se anunció serán debatidos por los militantes del Partido, la Juventud militancia,representantes de las organizaciones de masas y de amplios sectores de la sociedad con la finalidad de enriquecerlos y perfeccionarlos. Desde luego, el hecho que nuestra voz sea audible en estas discusiones y que nuestras demandas, a favor del empoderamiento o de la implementación de políticas y estrategias más justas para negras y negros, mulatas y mulatas,sean escuchadas, será consecuencia de la fortaleza y unidad del movimiento antirracista cubano, hablará de nuestros visibles avances y retrocesos en esta lucha. Por eso me pregunto, si estaremos listos para este momento.

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Afromodernidades

CAFÉ CONCIENCIA: TRES TAZAS DE MEMORIA Y FUTURO.

(Celebrando los 80 años de Georgina Herrera)

“Es la poeta cubana más sencilla del último siglo. La más paciente y emotiva, quizás la más consciente de la simultaneidad del sufrimiento y la alegría, de la fugacidad de lo terrible y la permanencia de lo amable. Su mirada limpia y tristísima extiende su maternidad hacia la gente y las cosas sensibles. Sus versos nacieron iluminando la pobreza real, atravesando discriminaciones y otros pesares hasta revelarnos el envés de lo domestico y convertirse en reina cimarrona, mensajera de nuevas sublevaciones del corazón y la esperanza”.

Roberto Zurbano

Este viernes 22, a las 4pm en la Sala Villena de la UNEAC, 17 y H, Vedado, ella compartirá con sus amigos y admiradores. Le invita el grupo Obsesión, el Clú del Espendrú y la Asociación de Escritores de la UNEAC.

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Que se avergüence el amo

Entrevista con el escritor Alberto Abreu sobre el tema racial

miércoles, abril 13, 2016 | Jorge Ángel Pérez

LA HABANA, Cuba.- Fue con Alberto Abreu con quien primero conversé después de que Elías Argudín, periodista negro del periódico Tribuna de La Habana, publicara el libelo: ‘Negro, ¿tú eres sueco?’ que, según Víctor Fowler, quedará para vergüenza del periodismo contemporáneo en Cuba.

Alberto se mostró dispuesto desde que lo invité. Pensé en él porque es un inteligente escritor negro, y autor de varios libros de muy reconocida importancia; entre ellos podemos citar: ‘Los juegos de la escritura o (re)escritura de la Historia’, que fuera galardonado con el Premio Casa de las Américas en el año 2007 en el género de ensayo. También es autor de ‘Virgilio Piñera; un hombre y una isla’, distinguido por el Premio Uneac, también de ensayo. Próximamente saldrá de imprenta el tomo: ‘¿Puede ser negra la nación? Literatura, raza y modernidad en la Cuba del XIX’.

Abreu está muy bien enterado de estudios sobre racismo y ha impartido conferencias en varias universidades de los Estados Unidos y también de Latinoamérica. Es el autor del blog ‘Afromodernidades’. Además de escritor y negro, Alberto es homosexual, y quién mejor que este “monstruo de tres cabezas” para hacerme advertencias sobre el racismo que con tanta fuerza persiste en Cuba. Sentados en la sala de mi casa, tomamos un café y conversamos.

Ya estamos enterados desde hace mucho tiempo de que no existen espacios oficiales, de esos que ocupan el centro más visible, en los que se pueda denunciar el racismo persistente que existe en la nación cubana. Son únicamente los sitios digitales, tan alejados de esa médula oficial, los que se atreven a enfrentar la intransigencia blanca. Sin embargo, hace unos días apareció en Tribuna de La Habana, el texto: Negro, ¿tú eres sueco?, escrito por un periodista negro. ¿Cómo es posible que este hombre se atreviera a usar una tribuna subordinada a la dirección del Partido Comunista en La Habana para publicar ese libelo vergonzante?

Porque el comentario de Elías Argudín que apareció en Tribuna de la Habana responde a paradigmas y fantasías que durante muchas décadas la oficialidad cubana, desde su blanca hegemonía, nos inculcó sobre los problemas de la identidad racial. Recuerda que, en el caso de Cuba, durante muchísimos años el problema racial ha estado subordinado al discurso político.

Hablar del racismo antinegro cubano implicaba romper un pacto, un consenso político establecido en los años sesenta, cuando se creyó que las leyes promulgadas a favor de la igualdad racial resolverían el problema. Se equivocaron, y lo peor es que todavía hoy, para muchas personas, hablar del racismo es sinónimo de un abierto enfrentamiento al gobierno.

Desde luego, que este secuestro que ha hecho el campo político de la libertad que debían tener los negros de hablar como negros, no es inocente. Este secuestro posibilita muchas manipulaciones y suspicacias políticas, que, lamentablemente, dividen al movimiento y retrasan la lucha y el debate público sobre el racismo en Cuba.

Hay ejemplos muy bochornosos en este sentido, uno de ellos es el que implicó a Roberto Zurbano y al texto que él publicara en The New York Times, en marzo del 2013. Eso prueba que es el poder político quien determina –y legitima– quiénes pueden hablar sobre este tema en Cuba, y quiénes no. De ahí la importancia que tienen las redes sociales y sobre todo los blogs, capaces de diversificar y de impugnar la mirada oficial. Es muy importante renovar y hacer audibles otras voces, hablar sin restricciones, alejados de esos protocolos que impone el discurso oficial.

Conocemos la reacción que provocó, en ese discurso oficial, la publicación del texto de Roberto Zurbano en The New York Times, y también sabemos de la obediencia que debe la prensa estatal cubana a ese campo político del que hablas. ¿Cómo explicar entonces que este periodista, hombre negro por cierto, se aventurara a escribir un artículo tan racista? ¿Supones que sea, únicamente, una reacción personal y espontánea o es algo más?

Mira, tanto tiempo en esta lucha… además de la extensa bibliografía que ya existe sobre el tema, y las experiencias personales y compartidas con afrocubanos –y afrocubanas– y líderes afrodescendientes de otros países, refinan los sentidos. Uno comprende que las estrategias racistas y homofóbicas, independientemente del país que las produzca, son las mismas. Recuerda esto: “Nadie conoce mejor las armas del dominador que el dominado”. Hay una vieja práctica racista que nació en la colonia y que de una forma u otra sobrevive hasta nuestros días, y es que la mayoría de las veces en las que el poder pretende deshonrar a una persona por negro o negra, busca a otro negro para que lo haga.

Como los guerrilleros negros de la colonia…

Como los ranchadores y los guerrilleros negros de la colonia. Por eso, más allá de los problemas que apuntan hacia una falla en el autorreconocimiento de la identidad racial de este periodista, producto de una dolorosa y compleja historia, signada por toda una ingeniería social dedicada al blanqueamiento racial del hombre negro, el texto como tal (las estrategias de su puesta en escena y circulación) repite el A B C, cumple con las reglas de este viejo procedimiento colonial y racista.

Es lo que torna más sospechosa la culpabilidad que Elías Argudín asume a título personal. Todos conocemos el control y la censura política que existe sobre los medios en Cuba. ¿Cómo se explica que este escrito haya pasado, así porque sí? ¿Por qué no lo escribió un periodista blanco? Desde luego, no contaban con la reprobación que inmediatamente suscitó este texto en las redes sociales. El hecho de que Argudín se viera obligado a una torpe disculpa pública, y la reunión que posteriormente la Comisión Aponte sostuvo con él y con los redactores de Tribuna de La Habana es un triunfo, y hasta prueba la existencia de una emergente sociedad civil en Cuba, y también que, por mucho que se lo crea, ya el poder no tiene el control ni la administración discursiva de nada.

Tu alusión a los ranchadores me lleva a pensar en lo que algunos estudiosos de la literatura cubana han visto en ese personaje que trazó Morillas en el ya lejano siglo diecinueve. Esos críticos ven en Páez a un héroe trágico. ¿Tú cómo ves a este periodista? ¿Notas algún parecido entre él y esos guerrilleros negros que exhibió la colonia?

Lo de Morillas no es un acto ingenuo. Toda la llamada literatura antiesclavista cubana, incluido el teatro bufo, está llena de estas contorsiones y travestismo en la representación del sujeto negro y mulato. Responde a esa ingeniería social del racismo cuya matriz, te decía hace unos instantes, surge en la colonia y continuamente se reactualiza.

Pienso en las fantasías nacionalistas de toda esa genealogía de patricios ilustres, fundadores de la nación, cuyo complejo de inferioridad los llevó a imaginar una nación blanca y heterosexual, similar a las naciones de Europa. En sus escritos, por razones no sólo de hegemonía racial, sino también económica y de clase, elaboraron los presupuestos de este miedo al negro. Sobre todo, Francisco de Arango y Parreño, y posteriormente Saco, y también Del Monte.

El terror a una revolución similar a la de Haití los llevó a construir un campo discursivo donde el lugar del sujeto esclavo y afrodescendiente, dentro del proyecto de nación que se gestaba, siempre estuvo asociado a los imaginarios del terror, la catástrofe y lo excrementicio. Recuerda la mansedumbre y fidelidad de Manzano, tan necesitado de corrección, ante su amo Del Monte frente a la actitud de Plácido tan celebrada por nuestra historiografía literaria, el silencio que hace nuestra literatura oficial sobre los poetas esclavos. La manera en que los mambises negros eran representados como violadores de mujeres blancas; salvajes que andaban desnudos y a caballo en medio de la manigua. Recuerda las diferentes razones que llevaron a Céspedes y a la revolución del 68 a posponer la libertad de los esclavos. Piensa en la polémica entre Manuel Sanguily y Juan Gualberto Gómez, y lo ocurrido en 1812 cuando Aponte, y en 1848 cuando la Conspiración de la Escalera, en 1912 cuando la matanza de los independientes de color.

¿Y después de 1959?

Hay que recordar cuando acusan a Ediciones El Puente de fomentar un Black Power en Cuba. Siempre que, dentro de la nación cubana, el afrodescendiente intenta hablar desde su cuerpo racialmente diferenciado, surge la misma suspicacia, el mismo reproche de que quiere destruir la unidad de la nación o que es agente subvencionado por la CIA. Históricamente hemos tenido que callar a favor de la unidad de la nación.

Grandísimo estoicismo

El mayor que pueda imaginarse

¿Tú crees en el perdón?

Me cuesta mucho pensar en el perdón, sobre todo porque recuerdo ese conflicto que se ha extendido por más de cinco décadas, ese que se inició en medio de un escenario internacional complejo y de agudas tensiones, de radicalización política e ideológica. En medio de todo eso no creo que la culpa haya estado de una sola parte.

El gobierno jamás se excusó…

Jamás. Nunca ofrecieron disculpas por la creación de las UMAP, y mucho menos por las depuraciones en las universidades, tampoco por la persecución a homosexuales en los años sesenta y setenta.

Nadie pidió perdón a los miembros del grupo literario El Puente por todos los sufrimientos que les causaron. ¿Conoces de alguna disculpa que le ofrecieran a creadores e intelectuales como Virgilio Piñera o José Lezama Lima, o como a tantos otros que fueron parametrizados? ¿Tienes alguna noticia de que ofrecieran explicaciones, cuando el dólar ya estaba despenalizado, a aquellas personas que cumplieron condena por tenencia de divisas?

No tengo ninguna noticia de disculpas ofrecidas. Las tempestades que ellos arman jamás vienen seguidas por la calma. Tras la tempestad que provocan estimulan a una más grande. Ahora mismo, cuando debían excusarse por el dislate de Argudín, o quizá hacer silencio, aparece Arthur Gonzáles, un adlátere (feísima palabra) del discurso oficial, con un texto publicado en El Heraldo Cubano, que intenta reivindicar al periodista de Tribuna de La Habana. Ya este hombre hizo de las suyas tras la censura de la puesta que hiciera de ‘El rey se muere’, de Juan Carlos Cremata. Ahora se puso, otra vez, a sacar “trapitos sucios”, y hasta disparata sin ningún pudor. Fíjate si es así, que fue capaz de asegurar que existe una raza china. Y hasta asegura que estos amarillos de Asia no se molestan cuando los llaman chinos… ¿No te da gracia el dislate?

Mira, en el escrito de Arthur González (‘¿Por qué decir negro es racismo?’), su autor recurre a la treta oportunista de siempre: la de sembrar suspicacias políticas para con ellas descalificar a los que en Cuba luchamos contra todo tipo de discriminación, y en particular la del racismo antinegro. Cuando lees su texto, no tienes que ser un Fanon o un Lacan para darte cuenta de que sus argumentos descontextualizados y su aparente ignorancia en lo que viene aconteciendo desde hace años en los planos del debate racial cubano, están movidos por lo que se conoce como “el miedo al negro”.

En el fondo, González termina siendo la viva expresión del individuo que enmascara su racismo detrás de supuestas posiciones de fidelidad a la Revolución. Tanto su oportunismo político como su “aparente” ignorancia histórica pasa por alto los conflictos y el desgarramiento de un grupo racial, que como casi ningún otro, en desmesurada proporción, fue abrupta y criminalmente arrancado de su lugar de origen, dispersado por el mundo y esclavizado. Al tiempo que su memoria colectiva y sus creencias fueron calificadas como algo arcaico, primitivo, que había que borrar y blanquear. Por eso te digo que a esos ‘Arthurs González’ no le hagas ningún caso, y tampoco pretendas dialogar con ellos. A estas altura del partido, con todo lo andado y desandado, como dicen en mi barrio, todos sabemos para lo que están. Su función o encomienda es justamente la de distraernos con cortinas de humo y frenar ese diálogo que anhelas. Su texto sugiere una lectura en reversa: la reacción desatada por el escrito de Tribuna, molestó. Pero como dice Guillén: que se avergüence el amo.

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Poder y representatividad de los negros en Cuba. Notas tras una visita presidencial.

Por Odette Casamayor

El discurso especialmente dedicado al pueblo cubano que pronunciara el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, durante su último día en la isla, fue sin duda el clímax de la visita histórica que realizó entre el 20 y el 22 de marzo al país –adversario hasta el 17 de diciembre del 2014. “En EE.UU. –dijo entonces– todavía es posible que alguien como yo, un niño que fue criado por una madre soltera, un niño de raza mixta que no tenía mucho dinero, pueda conseguir el cargo más alto del país”. Ligeras viajaron estas palabras desde el Gran Teatro de La Habana hasta mi casa en Connecticut, provocando una inesperada pregunta en mí: ¿Podría alguna vez un negro convertirse en presidente de Cuba?

Lo que la realidad presente y la historia de la isla arrojan como respuesta es la escasísima presencia de negros cubanos en los sectores más acomodados e influyentes de la sociedad, mientras son tradicionalmente mayoritarios en los estratos más pobres y desempoderados y, por supuesto, en la población carcelaria. Esta situación resulta evidente para todo visitante al descubrir que en los negocios más prósperos ni los propietarios ni los clientes suelen ser negros. La mayor parte de los negros cubanos no puede permitirse el lujo de mirar los precios anunciados en el menú de los modernos cafés y restaurantes privados recientemente abiertos en La Habana. En muchos casos, no poseen siquiera ropa adecuada para acercarse a estos locales donde uno bien puede preguntarse si su mesa está en Brickell o Miami Beach, o si permanece bien plantada en El Vedado o Miramar.

Pues es esta La Habana en la que aterrizaron el presidente Barack Obama junto con Michelle, sus hijas adolescentes Malia y Sacha, y hasta su suegra, seguidos de una dilatada delegación que incluía a otras personalidades afroamericanas, como la viuda y la hija del célebre beisbolista Jackie Robinson. Resulta comprensible entonces que esta visita –la primera efectuada a la isla por un presidente norteamericano en 88 años– provocara gran impacto, especialmente entre los cubanos negros. Para ellos, la oportunidad de celebrar ante una amplia audiencia no sólo a un hombre negro sino también a su familia, resulta inusual. En tal sentido, la presencia de los Obama en la isla volvió muy visible algo que, por supuesto, no es ajeno al contexto cubano pero ha sido tradicionalmente soslayado o tergiversado en la historia nacional: el poder de acción de los negros. El prestigio de numerosos negros cubanos como patriotas, intelectuales, artistas, científicos y políticos resulta innegable; pero su éxito ha sido rara vez reconocido como parte de un legado explícitamente afrocubano. Cuando los afrodescendientes reciben un homenaje público son solamente identificados como cubanos, sin distinción racial. En consecuencia, para los negros cubanos del presente se ha vuelto necesario luchar por rescatar su propia historia, reescribirla y encontrar referentes históricos propios con quienes, además de los valores universales y patrióticos, pueden identificarse a través de una experiencia compartida como afrodescendientes.

Como en el resto de las Américas, los negros en Cuba no son asociados comúnmente a la imagen del Poder, lo cual explica por qué la llegada de la Primera Familia norteamericana a La Habana intensificó un álgido contraste, particularmente en las imágenes mostrando los encuentros de Barack y Michelle Obama con sus anfitriones gubernamentales. Revisando aquellas imágenes, se vuelve evidente que el Poder cubano es fundamentalmente blanco; aunque debe reconocerse cierto esfuerzo para hacer visible en el primer plano de las fotografías a uno o dos de los pocos cubanos negros que forman parte de la élite revolucionaria. Tal es el caso de Esteban Lazo , presidente de la Asamblea Nacional del Poder Popular, cuya insistente aparición, convenientemente cercana a Obama, hacía sospechar una maniobra cosmética ejercida tan sólo en algunos eventos de la visita presidencial, como la cena en el Palacio de la Revolución. Rodeado por una mayoría de cubanos blancos, en estas imágenes resultaba obvia la excepcionalidad de Lazo, quien (en un país cuyo censo más reciente –efectuado en el 2012– estima que el 33.86 % de la población es negra y mestiza) es uno de los únicos cinco negros que figuran dentro de la nomenclatura compuesta por unos 131 miembros.

Pero estos intentos de la élite política cubana por mostrarse más diversa no se extendieron siquiera más allá de las puertas del Palacio de la Revolución. Cuando, promoviendo su campaña Let Girls Learn (Dejemos que las niñas aprendan), la Primera Dama se reunió con diez jóvenes estudiantes de nivel medio y superior, fue imposible reconocer el rostro de alguna negra cubana. Lo cual es sin duda lamentable porque, de haber estado presente alguna mujer representativa de los estratos empobrecidos de la sociedad, tal vez se hubiera demostrado la necesidad de implementar en Cuba iniciativas que mejoren el bienestar de las mujeres en situación de desventaja, entre quienes también son desproporcionalmente abundantes las negras y las mestizas. Curiosamente, escasos días antes de la visita presidencial, fueron publicadas algunas críticas al anuncio de Michelle Obama de promover Let Girls Learn en la isla, aduciendo que la campaña resultaba redundante en un país socialista, donde la educación es ofrecida gratuita y universalmente. Pero estos argumentos contrastan con los resultados obtenidos de una manera consistente por la socióloga cubana Mayra Espina, en investigaciones que revelan la urgencia de implementar medidas que atenúen los problemas provocados fundamentalmente en la población femenina y negra por la crisis socioeconómica cubana.

Asimismo, podría haberse inferido que las al aventurarse por las calles del Cerro –cuyo estado de deterioro es evidente–; e incluso lanzar algunos pasillos de baile entre la gente del barrio para, más tarde, ingresar sudorosa en la pista de La Casa de la Música. Inmediatamente después de posar en un bar decadente bajo el lente experto de Annie Leibovitz, toda ensatinada en rojo, Rihanna permitió que la rodeara una muchedumbre de cubanos de todas las razas –aunque la presencia de negros era significativa, reflejo fiel de la composición racial de los barrios populares cubanos.

Por supuesto, Obama no pudo mezclarse con la multitud ni tuvo la oportunidad de captar la vida real en los barrios pobres de La Habana, pero estaba consciente de la persistencia de la desigualdad racial en la isla. Así pareció evidente cuando en su discurso al pueblo expresó el deseo de que los nuevos compromisos de los Estados Unidos con Cuba ayudasen a los cubanos de ascendencia africana “que han demostrado que no hay nada que no puedan lograr cuando se les da la oportunidad”. Pronunciado en un espacio público durante un evento televisado y trasmitido a toda la nación, este inequívoco reconocimiento de la facultad de acción propia del negro cubano constituye una ocasión extraordinaria para los afrodescendientes, quienes son frecuentemente representados como sujetos desposeídos de agencia, tanto en la isla como en la diáspora. Las imágenes que hoy se ofrecen de Cuba tienden por lo general a ignorar la capacidad de acción de la gente negra; que no se limita a la excelencia como músicos, bailarines y atletas, sino como cubanos trabajando por cambiar su situación presente, llevando las riendas de sus vidas. En otras palabras, cubanos negros con el poder de construir su futuro. Lo cual fue también una idea repetida por Obama durante su estancia en La Habana: el presente y el futuro de la nación es responsabilidad de todos los cubanos. Reunido con nuevos empresarios, destacó la necesidad de ofrecerle a todos la oportunidad de prosperar, “incluyendo a las mujeres y los afrocubanos” –insistió entonces.

Hasta el colapso del sistema socialista en los años 90, al Estado cubano le había sido posible mantener cierto nivel de igualdad a través de políticas públicas entonces efectivas que garantizaban el acceso de todos los cubanos a servicios de salud, educativos y culturales de elevada calidad. Pero el presente está regido por dinámicas socioeconómicas muy diferentes a las que dominaron la isla hasta 1989. Las reformas económicas introducidas por Raúl Castro tras cederle su hermano Fidel la presidencia en el 2006, a un tiempo que han posibilitado el desarrollo de pequeñas empresas, ha provocado también la estridente ascensión de una boyante clase que resalta de manera disonante dentro de la carencia generalizada. El capital detrás de estos pequeños negocios proviene usualmente del extranjero, facilitado por familiares o amigos a través del sistema legal de remesas o del ilegal de las mulas. Los negros tienen menos posibilidades de recibir sumas sustanciales por estas vías puesto que la mayoría de los cubanos en el exilio, cuya próspera situación les permite enviar regularmente importantes cantidades de dinero a la isla, son blancos.

Es en este tipo de situaciones donde percibo los verdaderos obstáculos a las buenas intenciones manifestadas por el presidente Obama de contribuir al mejoramiento de la calidad de vida de los sectores más desfavorecidos de la población cubana. Añádase que los negros cubanos y cubano-americanos tienen una escasa representación en las negociaciones entre Cuba y los Estados Unidos –a juzgar por las imágenes de estos encuentros que han sido publicadas. Parece además que entre los empresarios invitados a la reunión con Obama figuraban muy pocos negros –no porque se les restringiese la asistencia al evento sino porque la existencia de empresarios negros es una verdadera rareza en la isla.

Hacia los minutos finales de su brillante discurso en el Gran Teatro, el presidente Obama afirmó que, en lugar de pedirle demoliciones al pueblo de Cuba, prefería sugerirle a la juventud que construyera algo nuevo, justo antes de insistir que Castro no debía ver a Estados Unidos como una amenaza. Ahora, si Estados Unidos abandona su rol de enemigo contra el cual ha sido erigida la identidad cubana por más de medio siglo, entonces esa identidad –obstinadamente preservada– deberá ser replanteada. Bajo el imperativo de mantener la cohesión nacional ante los ataques contrarrevolucionarios en los años 60 y 70 y amparándose en la ideología nacionalista concebida por José Martí en el siglo XIX, la lucha contra la discriminación racial fue entonces considerada crucial por el gobierno. Aunque también ha sido escudándose detrás de la excusa de preservar la unidad del pueblo que la identificación racial ha sido obliterada en la historia de Cuba, aplastada bajo el peso de una mítica concepción nacional. Así, cuando la segregación racial fue oficialmente abolida en 1959, se suponía que toda diferencia se disolvería en las masas unificadas, enfrentando un enemigo común (Estados Unidos), compartiendo una única tradición e inmersos en la construcción del socialismo tropical. Mas, hoy, cuando la confrontación entre los dos países se debilita, ¿cómo impedir que los negros cubanos expresen preocupaciones propias, presenten agendas cuyos puntos no aparecen claramente reflejados en los discursos políticos del gobierno y de sus opositores en la isla y en la diáspora, o que reconsideren a la nación bajo sus propios términos?

Antes del arribo de Barack Obama los cubanos ya se debatían ante el desafío de reinventar nuevas estrategias de identificación. No se trata de un súbito brote. En años recientes, el sostenido trabajo de activistas e intelectuales como Sandra Abd´Allah-Álvarez Ramírez, Tomás Fernández Robaina, Alejandro de la Fuente, Inés María Martiatu, Norberto Mesa Carbonell, Esteban Morales, Zuleika Romay, Daysi Rubiera Castillo, Tato Quiñones y Roberto Zurbano, entre otros, ha permitido revitalizar las discusiones en torno a los problemas raciales. Sin embargo, tanto en la isla como en el exilio persiste el titubeo o la renuencia a adentrarse en el debate racial. Tras estas posiciones creo percibir la sombra del Miedo. Miedo consciente o inconsciente a perder privilegios conservados desde los tiempos coloniales hasta el presente en ciertos sectores de la población, mayoritariamente blancos. Miedo también a ser conminados a trabajar en un proceso de reinvención ontológica de lo cubano, una vez que la idea de la rígida y confrontacional cubanía deviene obsoleta. Finalmente, miedo a reconocernos a merced de las imprevisibles energías de un contexto global. Los cubanos no somos seres excepcionales, y tampoco son excepcionales las negras y los negros de Cuba. Somos parte de una afrodescendencia global. En este punto, presiento el avance de los indignados que saltan ante la mera idea de considerar que los negros cubanos pueden compartir experiencias similares con otras comunidades afrodescendientes, particularmente con los negros de los Estados Unidos. A través de la historia, la literatura y la política cubanas, la mínima intención de comparar a los negros cubanos y norteamericanos ha sido vista como una especie de sacrilegio. Cierto, en Cuba no se sufrió ni las leyes Jim Crow ni las atrocidades del Ku Klux Klan, pero en 1912 miles de afrodescendientes fueron masacrados cuando el gobierno de José Miguel Gómez ordenó la brutal represión de los adeptos del Partido Independiente de Color, quienes abogaban por los derechos civiles de los negros en Cuba. ¿Por qué estos actos no dejarían profundas cicatrices que se han mantenido vivas a través de generaciones? Todos los afrodescendientes en las Américas compartimos el mismo dolor, perdurable, proveniente de las mismas heridas.

Pero hoy, en lugar de disolver las energías en catárticas erupciones, deberíamos más bien asumirnos sin miedos como agentes sociales, e imponer nuestra participación activa en la presente reinvención de Cuba. Es este el momento de reconocer explícitamente nuestra identidad racial tanto como reconocemos la pertenencia nacional y cultural –cualesquiera que estas sean. Como ciudadanos cubanos negros, toca incorporarnos a la arena política y cívica, elaborar y presentar nuestros propios programas. Es tiempo, por ejemplo, de demandar la implementación de políticas que protejan a las comunidades negras más vulnerables junto con la promulgación de leyes que penalicen la discriminación racial y la expresión pública de los prejuicios raciales. De haber existido ya este tipo de leyes, quizá habría sido imposible que en la prensa oficial un periodista negro titulara su diatriba contra la visita del presidente Obama con la frase racista: “Negro, ¿tú eres sueco?”. Es el momento también de narrar nuestra historia íntima y expresarla públicamente, colocándola dentro de los programas de estudio diseñados por el sistema educacional cubano. Expresarnos directamente, amplificar nuestras voces.

Nuestras cicatrices de afrodescendientes han de ser reveladas, si deseamos curarlas. Y a partir de ahí, conscientes ya de nosotros mismos, podríamos continuar algún camino juntos, como cubanos.

Tomado de Literal Magazine. (Versión de un texto previamente publicado en inglés, “The Obamas and the Blacks of Cuba”. Huffington Post, 28 de marzo 2016).

Replicado por negracubanateniaqueser.wordpress.com, 6 de abril de 2016

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Afromodernidades

La visita de Obama, remueve el racismo.

Por Gisela Arandia Covarrubias

¿“Negro, tu eres sueco?”, fue el título utilizado por el periódico Tribuna de La Habana en la publicación dominical del 27 marzo pasado. A pesar de mostrar una grosería inusual y falta de la elemental ética revolucionaria al presidente de un país que nos acaba de visitar; sin proponérselo, Tribuna de La Habana ha cumplido un buen servicio a la sociedad cubana. Porque ha mostrado de manera clara sin el menor recato, el racismo que forma parte del imaginario social cubano, aunque muchas personas e instituciones no quieran aceptarlo.

Esta información posee un contenido interesante en la medida en que hace pública las contradicciones ideológicas históricas existentes con relación al racismo y la discriminación racial en la nación cubana. Pero tiene de positivo, que presenta una evidencia concreta sobre la cual es posible reflexionar acerca de nuestra identidad racial. Al utilizar el mecanismo común del chiste, normalmente empleado como un recurso “inofensivo”, saca a flote, como ningún otro género, ese pensamiento racista que subyace en la memoria colectiva y en tiene una incidencia en la práctica social. El empleo del chiste como un fenómeno popular, da a conocer, no solo las ideas percibimos, sino también las otras, las que anidan en el inconsciente que son más dañinas, porque no son dichas directamente pero están vigentes en el pensamiento, acompañadas de actitudes, emociones y sentimientos.

Escuché una vez decir en una reunión en el Comité Central precisamente a propósito de un programa de televisión, que un chiste racista tenía la valoración política de un chiste contra revolucionario, pero desafortunadamente los chistes racistas siguen ofreciendo un hilo conductor a ese racismo que sostiene la inferiorización hacia las personas de origen africano. Por otra parte, hemos escuchado en muchas ocasiones, que las leyes cubanas condenan el racismo y la discriminación racial, tanto desde el discurso político como desde la aplicación jurídica de la ley, a partir de esa realidad habría que sancionar públicamente al diario Tribuna de La Habana, por haber incurrido en una violación a la constitución. Sin embargo, es importante tener en cuenta que la prensa cubana es también un reflejo de la sociedad, por tanto se trata de una responsabilidad compartida.

Resulta oportuno algún comentario. El primero quizás el más interesante desde la perspectiva sociológica del artículo mismo, que podría observarse como un enfoque paradójico, ya que ha sido escrito por una persona no blanca, como puede observarse en su foto en el diario. Sin embargo, ese hecho ayuda a la búsqueda de una compresión más sustantiva del fenómeno del racismo, porque nos permite analizar que la identidad personal no determina necesariamente la ideología, ni la conciencia, compartir rasgos fenotípicos no significa necesariamente compartir la misma proyección política.

Es decir que tanto, personas blancas como no blancas puede ser discriminadora. Aunque es imprescindible aclarar que generalmente las expresiones de las víctimas son esencial del contradiscurso de quienes han sido agredidos y humillados. Lo cual permiten explorar la matriz conceptual del racismo, lo que quiere decir que no se trata de un asunto asociados solo a determinados rasgos físicos y tonos de la piel, sino de un conflicto epistémico relacionado con la ideología, que se expresa en la formación de la consciencia, social, racial, de género, etc.

La segunda consideración es que debido a la ausencia en Cuba, de un discurso y debate público relacionado con este tema, determinadas personas pueden ser racistas, sin tener una idea lúcida que lo son, aunque el desconocimiento del tema, no justifica su proyección. Permítanme, entonces aprovechar la oportunidad para recordar muy brevemente que es racismo, según el consenso de Durban, organizado por Naciones Unidas.

Se entiende por racismo, toda distinción, exclusión, restricción o preferencia basada en motivos de raza, color, linaje u origen nacional o étnico que tenga por objeto o por resultado anular o menoscabar el reconocimiento, goce o ejercicio en condiciones de igualdad, de los derechos humanos y libertades fundamentales en las esferas política, económica, social o cultural o en cualquier otra esfera de la vida pública.

Esta definición fue acordada previamente a la Tercera Conferencia Mundial contra el racismo, la discriminación y la xenofobia, celebrada en Durban, Sudafrica en el 2001, donde la delegación cubana estuvo presidida por el líder histórico de la revolución, Fidel Castro, en la cual tuve oportunidad de participar.

Una última cuestión es precisar la terminología “negro”, que fue creada como una categoría biologista clasificatoria por las empresas coloniales para legalizar y legitimar la trata esclavista con el fin de fortalecer al sistema capitalista mundial en el siglo XIX, como parte de la expropiación del continente africano y de sus pueblos. “Negro”, constituye uno de los estereotipos racistas más populares y en determinadas naciones su uso público es fuertemente sancionado por su connotación política. Las personas africanas y sus descendientes, nunca se definieron como “negras” porque, como tal, no lo son. Son seres humanos que nacieron en el continente africano y junto con su Diáspora, son portadoras de la africanidad, como una civilización altamente desarrollada que ha dotado a las Américas de una cultura de resistencia y emancipación extraordinaria. Alejo Carpentier reflejó este proceso así:

…la noción de coloniaje nace con el descubrimiento de América… Esta idea de colonización parece ya perfectamente instalada. Pero la historia tiene sus sorpresas, y no contaba con un elemento imprevisto: el esclavo africano, el negro que llega a América aherrojado, encadenado, amontonado en las calas de buques insalubres, que es vendido como mercancía, que es sometido a la condición más baja a que puede ser sometido un ser humano, resulta que va ser precisamente el germen de la idea de independencia. Es decir, que con el transcurso del tiempo, va a ser ese paria, ese hombre situado en el escalón más bajo de la condición humana, quien nos va a dotar nada menos que del concepto de independencia.

Por supuesto, en cada país, grupo humano o cada persona en la vida cotidiana, usará las denominaciones históricas, que considere. Ahora bien en este caso el uso de la categoría “negro” para referirse al presidente de Estados Unidos, que acaba realizar una visita a Cuba, que ha sido recibido con entusiasmo y respeto, ya que ha venido, incluso a pesar de la existencia de un consenso opositor de los sectores más reaccionarios de ese país al viaje y al restablecimiento de relaciones entre los dos países. Entonces ese artículo y particularmente el diseño gráfico que lo acompaña, envía un mensaje que se contrapone al procedimiento creado para la buena estancia del presidente Obama en la Isla.

En mi opinión este contrasentido, contiene un enfoque que conspira y agrede desde el espacio mediático, la propuesta misma diseñada por la revolución para esta visita. Este acontecimiento además de ser portador de un mensaje ofensivo, pone en evidencia como el sentimiento racista es capaz de obnubilar las ideas políticas. Aun con lo desagradable que ha sido este incidente, representa una oportunidad para que las autoridades competentes asuman la responsabilidad por una violación a la constitución que afirma que en Cuba, todos los seres humanos somos iguales ante la ley y que dice sancionar el racismo.

Desde el punto de ético significa una acción agresiva hacia el presidente Barak Obama de acuerdo a una tradición histórica de la revolución de un tratamiento respetuoso a las personalidades invitadas al país, más allá de sus ideas políticas. No se agrede a quien ha sido invitado y menos aún en su identidad, por cierto, una identidad que en este caso es compartida con una parte numerosa de la población cubana, igualmente de origen africano.

Intentando que el asunto no quede solo en la perspectiva negativa, quisiera añadir que ese enfoque adverso, pudiera servir para una reflexión de mayor envergadura y trascendencia ideológica acerca de la vigencia del racismo en Cuba, precisamente en el contexto del próximo congreso del Partido Comunista en Cuba, pero también sobre la ética del periodismo cubano y sobre todo, convertirse en ejemplo de lo que no debe suceder.

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