Archive for abril 2010

Una mala escritura de la Historia: Respuesta a Arturo Arango

En las páginas 56-59 del número de La Gaceta de Cuba correspondiente a enero-febrero del presente año apareció la crítica “Una mala escritura de la Historia”, de Arturo Arango sobre mi libro Los juegos de la Escritura o la (re)escritura de la Historia (Premio Casa de las Américas en ensayo artístico-literario del 2007). Ejerciendo mi derecho a réplica le respondo:

Mi respuesta a Arturo Arango

Por Alberto Abreu

1. «Nuestras vidas están involucradas indefectiblemente en las grandes sacudidas de la historia, aunque esta última pueda ser contadas de diversas maneras […]. Lo mismo ocurre con la lectura de la contemporaneidad, sujeta siempre al entrechocar de ideas y debates, a la emergencia polémica de lo nuevo, al enfrentamiento por los espacios de poder en el ámbito de la cultura y en el de la política real». Agradezco a Graziella Pogolotti el poder recordarles este dato a los lectores de mi libro Los juegos de la Escritura o la rescritura de la Historia. Así como una postura ética que, en la confrontación de ideas, parte del respeto a la pluralidad, a la diferencia de miradas. Las palabras de ella, publicadas bajo el título de «La insoportable gravedad de la historia», constituyen, al menos para mí, una lección memorable en este sentido.

2. En «Una mala escritura de la Historia», de Arturo Arango, el ejercicio del criterio se entrecruza inevitablemente con la ética; y el compromiso, con la memoria quebrada de un período de la historia cultural de la nación. Quiero referirme a los momentos de ese texto en que se ilustran esos juegos camaleónicos y dobleces con los que en nombre del respeto a la pluralidad, a las cicatrices de la memoria y a sus afectados, se intentan tachar esas otras relecturas de la historia que parecen incómodas. Y a las artimañas retóricas que documentan cómo su autor nos intenta decir algo distinto a lo que el texto nos dice (lo que duele y lleva escondido).

2.1. En su nota al pie número 3, Arango acota: «Me resulta imprescindible mencionar una contradicción exterior al libro: Víctor Fowler, quien recibe algunos de los mayores elogios de Abreu Arcia […] fue jurado en la edición del Premio Literario Casa de las Américas 2007. Tal coincidencia se convierte en un conflicto ético que no puedo pasar por alto» (p. 59).

Aquí hay un dato que él, en su impugnación ética a Fowler y en sus atentas lecturas a mi libro, esconde todo el tiempo y escamotea a sus lectores. Se trata de las páginas (165, 166, 167 y 168) donde examino el ensayo «Rumbos de la nueva cuentística», escrito por el entonces intolerante Arango y aparecido en diciembre de 1978 en la revista Universidad de La Habana. Se trata de un texto impecablemente escrito, pero lamentable por su tenebroso dogmatismo. Su lectura todavía produce pavor, sobre todo porque hacía leña del árbol caído. Como entonces les informo a los lectores de Los juegos de la Escritura…, dicho ensayo motivó una posterior retractación del autor («Argumentos para la retractación y la reincidencia», Letras Cubanas, no. 1, 1986).

No es la ética sino el elogio lo que Arango le disputa a Víctor Fowler. Víctor es quien usurpa lo que para Arango, aquí, se constituye todo el tiempo en el oscuro objeto del deseo: el elogio. Este dato nos alerta, además, sobre la naturaleza contradictoria y oportunista desde la que opera el concepto de ética en «Una mala escritura de la Historia».

3. Por puntuales y certeras, le agradezco a Arango las observaciones que le hace a Los juegos de la Escritura… (escribí «La vida Flora» en lugar del correcto «Vida de Flora»; José Antonio Baragaño, el lugar de José A. Baragaño), como también le agradezco la observación que hace sobre Ángel Acosta León. Aún falta otra que Arango no menciona, pero que los lectores deben conocer: cuando recreo con ciertos giros de ficción los tiempos de Lunes de Revolución, incurro en el error de ubicar la residencia de Virgilio Piñera en Guanabacoa en lugar de Guanabo. (ver Los juegos de la Escritura…, p. 30). Sin embargo, Arango miente deliberadamente en algunas de sus afirmaciones:

3.1. «Y para demostrar cómo la lírica también evoluciona en su percepción del espacio urbano de La Habana de los años ¡50!, se emplean versos de “Sinfonía urbana”, poema de Rubén Martínez Villena (1899-1934)».

En Los juegos de la Escritura… se lee: «La lírica también evoluciona en su percepción del espacio urbano. // Solemnidad profunda, rara melancolía. // La capital se baña de lumbre meridiana, // y un rumor de colmena colosal se diría // que flota en la fecunda serenidad urbana. // Exclamaba Rubén Martínez Villena. Ahora la ciudad no es aquel paisaje, ha pasado a ser…» (Énfasis míos, 22-23).

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El Miedo al Negro~

Presentamos a los lectores de Afromodernidades este fragmento del libro inédito de Juan F. Benemelis El miedo al negro. Donde su autor, a través de una minuciosa y documentada investigación, nos revela sobre una de las páginas más siniestras, lamentables y poco conocidas de la historia de la República, vincula a la ideología supremacista blanca y sus prácticas de blanqueamiento.

SEGUNDA PARTE: EN POS DE LA RAZA PURA

La Ideología supremacista blanca de Cuba. La eugenesia cubana. Estado y Nación. El Nacionalismo racista. Colonialidad y Descolonización.

La Ideología supremacista blanca de Cuba.

El tema de la composición racial de la Isla, así como “el miedo al negro” entronizado por la revolución de Haití, era la constante en la sociedad cubana durante el siglo XIX, y lo continuó siendo en el XX y ha llegado hasta el XXI. La esclavitud del africano, el racismo contra el negro y el mulato, la segregación en la política y la economía no fueron aplicadas por los euro-cubanos en un vacío teórico, ni fue resultado de la real-politik o de las leyes económicas del momento. La oligarquía criolla decimonónica y la clase rectora veinteañera tuvieron sus ideólogos destacados y echaron manos a todas las teorías que justificaban la esclavitud y el racismo a partir, supuestamente, de las “ciencias”.

No fue o ha sido una hegemonía improvisada o ad-hoc, sino intencional, bien pensada, con un corpus teórico, que en nada envidia a la de los colonizadores afro-asiáticos del siglo XIX o de los proponentes de la superioridad “aria”.

En el proceso de asentar su supremacía y de imponer los intereses de su sexo, «raza» y clase, durante cuatro siglos, el patriciado criollo distanciaría a quienes necesitaba explotar y controlar, instaurando así, entre otras cosas, la «desaparición» del indio, la discriminación del negro, la marginalización del chino y la invisibilidad de la mujer de todas las razas. Es a partir del color blanco de los castellanos que se construye en América, especialmente en estas islas cisatlánticas, el orden jerárquico de la sociedad colonial, que iniciándose en la cima piramidal con el blanco peninsular, pasaría por el blanco criollo, luego el mestizo hijo de blanco y de india, el mulato hijo de blanco y negra, o blanco y mulata, termina con el negro en sus dos variantes: emancipado y esclavo. Así tuvieron lugar en Cuba los bochornosos pasajes de la investigación de los ancestros, de los «certificados de blancos» y de pureza de sangre.

Para emigrar a Cuba era necesario un juramento de «limpieza de sangre e hidalguía» y debía estar reclamado por alguien en Cuba: «Que no es descendiente de moros ni judíos ni ha sido jamás procesado por delito de Inquisición. Que tampoco procede de moros ni mulatos» (Murillo: 118-119).

El debate de las aparecidas teorías evolucionistas sobre la unidad o diversidad de la especie humana y la inferioridad o superioridad entre unas y otras “razas”, tuvo lugar inicialmente y con más encono en la Real Sociedad Económica de Amigos del País de la Habana; aspecto que desbordó la institución y que fue y sigue siendo la cuestión central de Cuba (García González, 1996, 25-26). En la Sociedad Económica de Amigos del País se formó la comisión de población blanca, la cual estuvo integrada en todo momento por intelectuales, comerciantes y algunos grandes hacendados, como José Ricardo O`Farrill, Juan Montalvo, Andrés Jáuregui, Tomás Romay, y Antonio del Valle Hernández

Pero donde mejor puede observarse es en los proyectos presentados en 1856 por José Suárez Argudín, Manuel Basilio Cunha Reis y Luciano Fernández Perdones, de traer aprendices africanos libres a la isla, expresando que el negro era justamente clasificado como la “raza” inferior de la gran familia humana y como el grado intermedio entre “raza” caucásica y el segundo orden de la escala zoológica.

Felipe Poey compartía la creencia de que el hombre blanco era superior y más inteligente al hombre negro, por ser el más civilizado. En un célebre discurso ante la Sociedad Económica, Poey abogó por una sociedad blanca, que frenase el continuo avance de la población de color y que constituyera el grueso de la sociedad sobre la que se levantaría Cuba. Tanto este discurso de Poey, como el de Antonio Bachiller y Morales y la disertación de Ramón Zambrana, ese mismo día en tal institución, si bien implicaban un agudo ataque contra la esclavitud por su profunda crítica étnico-religiosa y humanística, pero sobre todo antropológica y científica, por otra parte se apoyaba una inmigración blanca, espontánea y libre (Zambrana, 1864, 259-268).

Antonio Bachiller y Morales defendía la necesidad de establecer en la Isla un régimen autonómico, y abrazó el separatismo muy posteriormente. No puede negarse que era un vehemente partidario de la abolición; una de sus piezas conocidas fue su disertación en el Liceo de Guanabacoa sobre la unidad moral de las razas. En 1985 escribe su monografía De la Antropología en Cuba y dos años después, con tres cuarto de siglo, publica Los Negros. Bachiller y Morales estudió el proceso de la esclavitud de los africanos en Cuba con la trata y el movimiento abolicionista y penetró en las creencias, instituciones, costumbres y tradiciones de los africanos. Murió en La Habana en 1889. (Costa, 1994, 207-208)

Sobre estos “ilustrados” descansó la conformación del siglo XIX cubano, estableciendo los paradigmas ideológicos de la élite blanco-europea hegemónica, influyendo en las vías del crecimiento económico, en la entronización de las ciencias, en especial de las que se centraban en el humano como la biología, la antropología, la sociología, la psicología y la psiquiatría; desgraciadamente todo para finalmente tratar de demostrar la superioridad de unos hombres (los blancos) frente a otros (los negros y mulatos).

Es notorio que en esta búsqueda de “pureza” de parte de la población blanca de la Isla pasaba por alto el hecho histórico que los ibéricos, como menos a partir del Neo-lítico, habían atravesado por un vasto proceso de mestizaje con los grupos humanos que poblaban el litoral norte del África, y en el caso de los canarios con el África occidental.

La controversia de monogenistas y poligenistas del siglo XVIII, la cual se debatió fuertemente en Cuba en el siglo XIX y primera mitad del XX, tenía además un fondo religioso pues, los adeptos al monogenismo consideraban la descendencia a partir de Adán y Eva, como planteaba el Antiguo Testamento.  Esta tendencia de buscar un asidero “científico” que justificase el trabajo esclavo o la subordinación al poder político y económico, vía demostración de raza inferior, encontró en la antropología y en las ciencias médicas elementos para apoyar y avalar tales actos.

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LA VANIDAD ES INDECENTE

LA VANIDAD ES INDECENTE: Intrevista con Rito Ramón Aroche

Alberto Abreu y Rito Ramon, 2009

Por Alberto Abreu

Galardonado en el 200  con el premio de Poesía de La Gaceta de Cuba, Rito Ramón Aroche pertenece a la oleada de escritores, artistas y pensadores que irrumpne en la escena cultural cubana hacia la segunda mitad de la década del ochenta. Con varios libros de poemas publicados. El último de ellos: Andamios apareció  precisamente este año.

Mientras preparaba el cuestionario y las fichas para esta entrevista recordé aquella tarde diciembre del 2000, en el marco de la Bienal de Artes Plásticas de La Habana, cuando conversé, más bien discutí,  por primera vez con Rito. Me parece estar viendo ante mí los edificios apuntalados de la Plaza Vieja, el polvero, el ajetreo de los constructores. Elio Rodríguez, había concebido un proyecto que tituló “Arriba la Carpa”, una especie de tienda fluxus improvisada a la interperie. Allí estaban las mesas de Julio Neyra, Saydel Brito acompañado de Lupe Alvarez, Alexis Esquivel, Julio Neyra… De repente, lo veo a mi lado esgrimiendo un grupo de reparos sobre las estrategias del lenguaje en el discurso crítico sobre el arte, las simpatías y apatías de los mismos artistas plásticos hacia ciertos críticos. (Acuerdos y desacuerdos a un lado.) Comprendí que estaba ante un conocedor de las mañas de magaña, no sólo del campo literario.

Esta entrevista, que ahora presento a los lectores de La Gaceta… puede leerse como prologación de aquella conversación inciada una tarde diciembre, hace más de cinco años, en la Plaza Vieja.

¿Por qué no comenzamos hablando de los años en que te fugabas del servicio militar para conversar con Ángel Escobar, intercambiar libros…?

Fue a principio de los 80 (¿1982 exactamente?) en un encuentro de Talleres donde hubo maña de magaña. Ángel Escobar, sin conocerme, me dijo: No vengas más aquí, ve por mi casa. Y comencé a ir por su casa. Ya yo estaba de servicio… Al principio me costó trabajo. Era  tímido. Tan tímido que iba a las actividades y no me relacionaba con nadie. Lo que hacía era sentarme al final, y solamente escuchar. A veces tenía que ir a verlo al Teatro Nacional porque él estaba en un grupo de teatro que se llamaba Extramuros. Fui una vez y no lo vi. Después resultó que el grupo usaba de sede un viejo cine en la calle Belascoaín, creo. Intentaba presentarme actrices muchísimo mayores que yo. Me preguntaba: ¿Qué tú crees de aquella? Y sin darme tiempo: Voy a hablar con ella. Y luego volvía regresaba: Oye, dice que tú eres muy joven para ella. Ese era Ángel. Tú podías ir a su casa y lo menos que hablaba, aunque no siempre, era de literatura. No sé qué tenía. La gente se sentía muy estimulada por él. Viva moneda que nunca / se volverá a repetir. Andando el tiempo conocí en su casa a Nelson Villalobo, a René Francisco, a Ponjuan , a Ibrahím Miranda. No hace mucho René Francisco me recordó este consejo de Ángel: Hay que pasar con todo, pero no con todo. Rarísimo. En ocasiones ni hablaba. Los dos frente a un té. En otras no me dejaba ni llegar. Decía: Vámonos para El Mirador. Yo que no sabía qué diablos era El Mirador , pero traía tremendas ganas de hablar de literatura, de enseñar los poemas, de aprender. Porque siempre me interesó, y nunca ha dejado de interesarme, que me digan más los defectos, no las virtudes. Yo era niño entonces.. No bebía, no nada. Corría mis kilómetros diariamente. No comía con grasa. Ya te digo, no nada. Y él: Oye, yo antes era como tú, practicaba el culto a la salud. La primera súper perga de cerveza en mi vida me la pagó en El Mirador, de Alamar. Decía: Apúrate para comprar la otra. Yo no sabía nada de beber…

PARA LA ENTREVISTA COMPLETA -LA VANIDAD ES INDECENTE — Entrevista a Rito Ramon Aroche

Pensando lo social: Un libro siempre es un acontecimiento

Pensando lo social: Un libro siempre es un acontecimiento

Por Israel Domínguez

Un libro siempre es un acontecimiento. Acontece desde las primeras ideas que se presentan como inspiración, como boceto. Acontece también desde la primera página hasta la última. A partir de las diferentes interpretaciones, de los distintos modos de leerlo. Del lugar que comience a ocupar en una biblioteca, en el momento en que al ser consultado se recuerde una frase trascendental o se precise un dato.

Nos encontramos entonces ante un acontecimiento, es decir, ante un libro que ya ha acontecido y vuelve a acontecer. Un libro que además ha sido por diferentes razones un suceso, una marca clara y precisa de nuestra cultura nacional. Los juegos de la escritura o la (re) escritura de la historia, del cardenense Alberto Abreu, es acontecimiento de acontecimientos: por su inteligente escritura acontecen décadas y momentos de la cultura cubana que se enmarca entre los años 50 del pasado siglo y la actualidad.

Hay una máxima que golpea en mi cabeza, que Alberto repite sutilmente para que se convierta en una constante, en una fórmula mediante la cual podemos entender la cultura como historia y la historia como cultura. Hay una máxima que nos hace entrar en un juego, quizás en aquel famoso juego de abalorios, que no era más que un juego de conocimientos, un juego de signos, un juego de los significantes, un juego de la escritura y de la reescritura, un juego de la verdad y de la mentira…

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Presentación de Alberto Abreu. Los juegos de la Escritura o la (re)escritura de la Historia.

Presentación de Alberto Abreu. Los juegos de la Escritura o la (re)escritura de la Historia.

Por Víctor Fowler

El presente siempre es un misterio y un riesgo. El mero hecho de que lo habitemos hace difícil, acaso imposible, desprender nuestras emociones o condicionamientos cuando se trata de interpretar; en todo caso, la cercanía –al mismo tiempo que otorga el beneficio de una memoria todavía fresca- nubla la penetración. Si el balanceo anterior es cierto, entonces una lectura del presente, la más justa, precisa de una intensa voluntad por parte de quien hace el juicio; voluntad que no puede derivar sino de la vocación ética el interpretante, de su relación con la verdad.

Antes de este libro, no había en la literatura cubana una aproximación crítico-ensayística que se propusiera una revisión extensa de los procesos de la literatura nacional en el escenario del último medio siglo, tiempo coincidente con el de la Revolución misma. Junto con ello, apenas existían ejemplos que buscaran establecer conexión entre los procesos de la escritura literaria y el movimiento de las ideas de la época, muy particularmente en lo que toca a los Ochenta, el tramo temporal de los más importantes cambios para la literatura cubana reciente. En este sentido, el libro y la investigación de Abreu son fundacionales.

Los juegos de la Escritura es un libro polémico que, a la vez que analiza los entresijos de la literatura cubana contemporánea, nos revela los mecanismos de la construcción y desplazamiento de un canon de escritura en inmediata conexión con las condiciones socio-políticas del país. Ello lo hace un libro atrevido y necesario, que nos ayuda a imaginar, junto con el pasado, los que serán los caminos futuros. Me complace figurar en la lista de ensayistas y críticos de quienes Alberto se alimenta y con los cuales, de manera implícita, no pocas veces discute. Le agradezco la voluntad y la capacidad de reunir evidencias de campos diversos, el conocimiento que le permite ir de la poesía a la crítica, a la narrativa, a las artes plásticas, a los textos de pensamiento socio-cultural que han marcado hito en estos años. Agradezco más cuando tal esfuerzo ha sido realizado desde fuera de la capital, en desventaja respecto al uso y consumo cotidiano de material actualizado de la teoría social y contemporánea, así como sacando el jugo a bibliotecas cuyo estado y dotación muchas veces no es el mejor.

Alberto ingresa en esa categoría de gigantes nuestros que demuestran, a fuerza de trabajo y sin escándalo, lo que realmente significa obra de amor: al país y a la literatura. Que nos hable ahora y que encuentre a sus mejores lectores.